Lesbos, Grecia.- Tomado de El Mundo (elmundo.es)/ Lluís Miquel Hurtado (texto)/Álvaro Undabarrena (infografía) “Papa Francisco, que Dios te bendiga. Somos latinos, de un país católico. Sea Dios quien te trajo. Necesitamos tu ayuda”, proclamaba una de las pancartas que rodearon al Papa durante su visita a la prisión para refugiados de Moria, el sábado pasado. A ambos lados del letrero aparecían sendas banderas de la República Dominicana. Sostenía aquel ruego un grupo de balseros latinos, extremadamente atípico por estos lares, que se hizo a la mar, a 9.000 kilómetros del Caribe, “para vivir libremente”.
Son 28 dominicanos y un ecuatoriano, 12 de ellos mujeres, una de ellas embarazada. Duermen a suelo pelado o en tiendas de campaña. Cuando el sol apisona se asfixian; cuando llueve, se les cala todo. Al mediodía comen un pequeño tupper con ensalada, un bollo y un zumito. Por eso se ven obligados a comprar comida a través de la verja a uno de los tenderos que, estratégicamente colocados cerca del centro de arresto de Moria, complementan, a un precio abusivo, la alimentación de los internos.
“Estamos peor que los perros”, lamenta Giancarlo -nombre ficticio por motivos de seguridad-, que trabajaba de mecánico, pero cuya filiación a un sindicato, asegura, lo proscribió. “Si agitas mucho, se encargarán de apartarte”, dice del Gobierno dominicano del presidente Danilo Medina, al que define como “corrupto”. Giancarlo cuenta que llegó solo a Grecia cruzando por mar en barca hinchable desde Turquía, a donde llegó en avión. Dejó atrás a sus padres. “Temía que les hicieran algo”, relata, “y por eso me fui”.
Giancarlo, de cuerpo atlético y tatuado, llegó a Lesbos hace unos 20 días. Esto es, después de la fecha a partir de la cual, según el controvertido pacto Turquía-UE, los arribados a Grecia deben ser deportados sin excepción a Turquía, país a su vez sin acuerdo de readmisión a países latinoamericanos. Partió de Estambul una noche, en vehículo hasta un punto de la costa turca que desconoce. “Éramos al menos 63, de varios países, en un bote para 20, íbamos con el agua a las rodillas del peso de todos”, recuerda.
EL MUNDO habla con el dominicano a través de la verja de Moria, bajo la amenazante mirada de la policía. Cada poco, un guarda presiona para terminar el diálogo. Al final lo interrumpe forzosamente -“Aquí está prohibido hablar y grabar”- y expulsa a este periodista de los aledaños de la cárcel. Antes, otro dominicano, de pseudónimo Darwin, se explica: “En República Dominicana trabajaba de estilista, pero el salario era bajísimo. Quiero ir a España, allí tengo mi novia. Siempre que hablamos acaba rota en lágrimas”.
Al igual que Darwin, Giancarlo y Hockinson, otro joven con el que logra hablar este medio desde la valla de la prisión para refugiados de Lesbos, pisaron Grecia tras el 20 y aspiran a ir a España, destino deseado por la mayoría de latinoamericanos encerrados ahora en Moria. Matan las horas sentados en el suelo, bajo un porche para protegerse del sol. Los tres, que aseguran desconocer el inglés, lamentan que nadie allí ha contactado con ellos para leerles sus derechos como oficialmente arrestados o para ofrecerles pedir asilo.
La llegada irregular de latinoamericanos a territorio europeo entrando por Grecia es muy rara. Lo atestiguan los comentarios extrañados de los funcionarios gubernamentales griegos y dominicanos con los que ha contactado este periódico.
La República Dominicana es uno de los países latinoamericanos que más emigrantes arroja, y el país europeo que acoge a más de ellos es España, donde se estima que residen 120.000 de forma legal o irregular. Entre otras exigencias, España reclama cierto nivel económico para concederles un visado.
La mayoría de dominicanos encarcelados en Moria emigran por motivos económicos, aunque también ciudadanos como Giancarlo destacan razones políticas. Según datos obtenidos por EL MUNDO, 279 personas de la República Dominicana solicitaron asilo en España en 2015. En comparación, 136 salvadoreños hicieron lo mismo aquel año, así como 148 hondureños, víctimas de la violencia. Ningún dominicano fue reconocido como refugiado en 2014.
El último informe de Amnistía Internacional destaca la inestabilidad política, la impunidad policial y la violencia machista como principales males en República Dominicana. Un dossier de la Comisión Nacional dominicana de DDHH de 2014 apunta al clima de inseguridad, a los altos índices de criminalidad, a la corrupción generalizada y a la persecución de las protestas callejeras. Un panorama sombrío que corroboran los dominicanos de Moria.
“En República Dominicana o eres muy rico o eres muy pobre. Nosotros somos de los segundos”, critica Hockinson. Él viajó en la misma balsa que Darwin, y conoció a Giancarlo en Grecia. El grupo no viajó junto desde su país de origen, y optó por la lejana costosa vía griega -un pasaje para cruzar el Egeo desde Turquía, cuyos requisitos para obtener el visado son más laxos que en España, vale unos 1.000 euros-, alega Hockinson, “porque no tenemos recursos para ir directamente en avión y con visado a España”.
“Muchos aquí han hipotecado su casa para emigrar”, dice Darwin. “Cada mes toca pagar la deuda, y si estamos aquí encarcelados no podemos trabajar para devolverla”, lamenta Giancarlo. No ven una salida a su situación. “Llamamos a nuestras madres para decirles que todo va bien, pero por favor, no nos fotografíes, no queremos que nos reconozcan”, pide. “Nunca antes estuve en una cárcel, no soy un delincuente. Jamás imaginé que acabaría así”.
Son 28 dominicanos y un ecuatoriano, 12 de ellos mujeres, una de ellas embarazada. Duermen a suelo pelado o en tiendas de campaña. Cuando el sol apisona se asfixian; cuando llueve, se les cala todo. Al mediodía comen un pequeño tupper con ensalada, un bollo y un zumito. Por eso se ven obligados a comprar comida a través de la verja a uno de los tenderos que, estratégicamente colocados cerca del centro de arresto de Moria, complementan, a un precio abusivo, la alimentación de los internos.
“Estamos peor que los perros”, lamenta Giancarlo -nombre ficticio por motivos de seguridad-, que trabajaba de mecánico, pero cuya filiación a un sindicato, asegura, lo proscribió. “Si agitas mucho, se encargarán de apartarte”, dice del Gobierno dominicano del presidente Danilo Medina, al que define como “corrupto”. Giancarlo cuenta que llegó solo a Grecia cruzando por mar en barca hinchable desde Turquía, a donde llegó en avión. Dejó atrás a sus padres. “Temía que les hicieran algo”, relata, “y por eso me fui”.
Giancarlo, de cuerpo atlético y tatuado, llegó a Lesbos hace unos 20 días. Esto es, después de la fecha a partir de la cual, según el controvertido pacto Turquía-UE, los arribados a Grecia deben ser deportados sin excepción a Turquía, país a su vez sin acuerdo de readmisión a países latinoamericanos. Partió de Estambul una noche, en vehículo hasta un punto de la costa turca que desconoce. “Éramos al menos 63, de varios países, en un bote para 20, íbamos con el agua a las rodillas del peso de todos”, recuerda.
EL MUNDO habla con el dominicano a través de la verja de Moria, bajo la amenazante mirada de la policía. Cada poco, un guarda presiona para terminar el diálogo. Al final lo interrumpe forzosamente -“Aquí está prohibido hablar y grabar”- y expulsa a este periodista de los aledaños de la cárcel. Antes, otro dominicano, de pseudónimo Darwin, se explica: “En República Dominicana trabajaba de estilista, pero el salario era bajísimo. Quiero ir a España, allí tengo mi novia. Siempre que hablamos acaba rota en lágrimas”.
Al igual que Darwin, Giancarlo y Hockinson, otro joven con el que logra hablar este medio desde la valla de la prisión para refugiados de Lesbos, pisaron Grecia tras el 20 y aspiran a ir a España, destino deseado por la mayoría de latinoamericanos encerrados ahora en Moria. Matan las horas sentados en el suelo, bajo un porche para protegerse del sol. Los tres, que aseguran desconocer el inglés, lamentan que nadie allí ha contactado con ellos para leerles sus derechos como oficialmente arrestados o para ofrecerles pedir asilo.
La llegada irregular de latinoamericanos a territorio europeo entrando por Grecia es muy rara. Lo atestiguan los comentarios extrañados de los funcionarios gubernamentales griegos y dominicanos con los que ha contactado este periódico.
La República Dominicana es uno de los países latinoamericanos que más emigrantes arroja, y el país europeo que acoge a más de ellos es España, donde se estima que residen 120.000 de forma legal o irregular. Entre otras exigencias, España reclama cierto nivel económico para concederles un visado.
La mayoría de dominicanos encarcelados en Moria emigran por motivos económicos, aunque también ciudadanos como Giancarlo destacan razones políticas. Según datos obtenidos por EL MUNDO, 279 personas de la República Dominicana solicitaron asilo en España en 2015. En comparación, 136 salvadoreños hicieron lo mismo aquel año, así como 148 hondureños, víctimas de la violencia. Ningún dominicano fue reconocido como refugiado en 2014.
El último informe de Amnistía Internacional destaca la inestabilidad política, la impunidad policial y la violencia machista como principales males en República Dominicana. Un dossier de la Comisión Nacional dominicana de DDHH de 2014 apunta al clima de inseguridad, a los altos índices de criminalidad, a la corrupción generalizada y a la persecución de las protestas callejeras. Un panorama sombrío que corroboran los dominicanos de Moria.
“En República Dominicana o eres muy rico o eres muy pobre. Nosotros somos de los segundos”, critica Hockinson. Él viajó en la misma balsa que Darwin, y conoció a Giancarlo en Grecia. El grupo no viajó junto desde su país de origen, y optó por la lejana costosa vía griega -un pasaje para cruzar el Egeo desde Turquía, cuyos requisitos para obtener el visado son más laxos que en España, vale unos 1.000 euros-, alega Hockinson, “porque no tenemos recursos para ir directamente en avión y con visado a España”.
“Muchos aquí han hipotecado su casa para emigrar”, dice Darwin. “Cada mes toca pagar la deuda, y si estamos aquí encarcelados no podemos trabajar para devolverla”, lamenta Giancarlo. No ven una salida a su situación. “Llamamos a nuestras madres para decirles que todo va bien, pero por favor, no nos fotografíes, no queremos que nos reconozcan”, pide. “Nunca antes estuve en una cárcel, no soy un delincuente. Jamás imaginé que acabaría así”.